Anécdotas de un pianista (I): El sujetador de color rojo

Anécdotas de un pianista (I): El sujetador de color rojo

06, Apr Tiempo de lectura: 4 minuto(s)

Con esta entrada empiezo una serie de relatos extraños: Anécdotas de un pianista en apuros. ¿Crees haberlo visto todo en este mundo de la supervivencia como músico? ¡Te aseguro que no! El primer expediente está rescatado de un cuaderno de bitácora anterior. El título: El sujetador de color rojo. Un pianista y un sujetador. Suena a que el cabaret se me fue un poco de la manos. Pero no. Se resume en una historia divertida, aunque no travestida [risas]

El rojo encaja con todo, al parecer también con una bossa nova sugerente

Es de entender que, como público y dependiendo de la obra interpretada ─sobre todo del intérprete─, uno se emocione más o menos, o nada en absoluto. Los hay que dormitan apoyados en su asiento (aunque luego revelan que no es aburrimiento sino todo lo contrario); los hay que asienten, te miran y gesticulan el ritmo ejecutado; los hay que parlotean y beben, tal vez mucho, sin descanso... En fin, la variedad de la audiencia es amplia e inexcrutable.

Luego también se da con cierta frecuencia un tipo de público, que atendiendo a razones propias (porque les gusta tu música y el buen vino) o ajenas (ya vinieron así) que parece que están a las puertas del éxtasis, el frenesí incontrolable, y el canturreo espontáneo y feliz. De esta última clase de público quiero hablar y procedo ya a relatar una anécdota que quedará en mi memoria para siempre.

En 2011, en una de mis últimas actuaciones, durante el segundo ciclo de jazz-cocktail, Hojas de Otoño, interpretaba a petición una bossa nova extremadamente popular y versionada hasta el hastío: La chica de Ipanema, de Jobim. Ya había perdido un poco el rumbo en unas de las múltiples vueltas improvisadas, concentrado en inventar frases diferentes con la misma estructura armónica, mirando las teclas y partitura sin apenas levantar cabeza, cuando, por supuesto sin aviso, me golpea algo que es lanzado desde el público y se queda enganchado en mi sombrero cubano blanco. Mi primera reacción fue profesional: sigo con lo mío. Claro está que era consciente de que algo llevaba puesto "de más", pero no encontraba el momento para zafarme de ello.

Sam, tienes algo en el sombrero... algo muy... personal

En un ritardando intencionado primero aproveché para levantar la mirada y rebuscar con ella quién estaba fuera de control lanzando peligrosamente objetos desconocidos. Al mismo tiempo, agitando repetidamente la cabeza sin levantar las manos del teclado conseguí hacer caer el objeto del que hablo. Entonces vi aparecer sobre el piano algo que no esperaba ni por asomo: un sujetador rojo sin dueña. Muy rojo y muy íntimo [risas] No me quedó más opción que sonreir dignamente mientras, recordemos, seguía tocando.

Ocupado como estaba logré apartarlo de un manotazo y cayó al suelo, y después seguí a lo mío: había que terminar la bossa pase lo que pase, lluevan sujetadores, se te olviden los acordes, ocurra un incendio o se desate un apocalipsis bíblico. Pianista de burdel total. Eso sí, seguía riendo, o más bien sonriendo, de lo lindo mientras terminaba. Al menos no fueron unas bragas, pensé [risas]

Al público le gustó mucho el incidente. Cómo no. No recuerdo bien si agarré el micrófono al terminar la canción para hacer el inevitable comentario al respecto. En realidad ni me preocupé de quién lo lanzó. Había que seguir tocando por si acaso, no sea que alguien dispare. Mientras en el viejo oeste eran balas, en pleno siglo XXI parece que se llevan más las prendas íntimas [risas] Por otro lado: nadie delató a la supuesta autora del lanzamiento y así quedaron las cosas por el momento. Yo dejé el sujetador en la barra y volví a mi puesto de batalla. Con un par.

La garota de Ipanema confiesa e invita a un vino

A la semana siguiente, mientras tomaba un descanso intermedio actuando en el mismo local, se me acercó una chica y confesó la autoría, un poco avergonzada. Éramos conocidos, y tras su confesión le dije que no se preocupara, que estas cosas suceden (¿suceden?) y que tenía que reconocer que fue extrañamente divertido. Ahora a ver qué pianista (no me imagino uno de clásica, o algo estirado) puede decir que le han tirado un sujetador cuando actuaba. Nos reímos un buen rato mientras apurábamos un buen vino y ahí quedó la cosa. Una anécdota la mar de original para ser contada una y otra vez.

Artículo original: Febrero de 2011. Revisado: Abril de 2017 Fotografía: Enlace a web de Ruben Vega

Si te ha gustado este texto ayúdame a conseguir más lectores compartiéndolo en tu muro. ¡Gracias!

¡También puedes dejar tu comentario al final!

Entrada más antigua Entrada más reciente

Blog Comments powered by Disqus.